viernes, 30 de diciembre de 2011

Marilyn Monroe


Quizá no tenga el glamour refinado de Audrey Hepburn, las nominaciones al Oscar de Katherine Hepburn o no fuese acuñada como el animal más bello del mundo como Ava Gardner, pero si buscamos un mito femenino dentro del universo de Hollywood a la mayoría de nosotros posiblemente nos venga a la mente la imagen de Marilyn Monroe. Es cierto que su calidad interpretativa y compromiso con las mayors era más que cuestionable, pero todo ello era compensado con el glamour y carisma que la hacían el sueño de todo hombre y en modelo a seguir de toda mujer de los cincuenta. Si a ello le sumamos publicidad a raudales,  una tumultuosa y aireada vida privada y un desdichado y prematuro final la actriz finamente da paso al mito.

Norma Jeane Baker, su verdadero nombre, nace en 1926 en Los Ángeles, la meca del cine. Pese a su dura infancia, su extraordinaria belleza y desparpajo pronto le abren las puertas de agencias publicitarias y de modelos que la hacen ser conocida cada vez más en el mundillo de Hollywood. De esta primera época datan trabajos que años después saldrán a la luz, vendiendo el morbo de los mismos, como su famoso posado en Playboy o sus participación el películas de dudosa reputación.


El primero en captar la esencia de Marilyn fue el magnate Howard Hughes, el que precedido por su fama de mujeriego y cinéfilo, pone sus miras en esa destacada jovencita como futura estrella de la RKO. Es resultado del mismo fueron pequeñas y colaboraciones, alguna en importantes películas como “Amor en conserva” (1949) con los delirantes hermanos Marx, “La jungla de asfalto” (1950) de John Huston o una de las obras maestras de Mankiewicz “Eva al desnudo” (1950); sin embargo el verdadero debut de Marilyn vino de la mano del maestro Howard Hawks y de la mano ni más ni menos que de una estrella consagrada de la época como Cary Grant en la fresca e inolvidable comedia “Me siento rejuvenecer” (1952).



Los años cincuenta fueron la época de su mayor apogeo. Lució palmito en Tecnicolor en “Niágara” (1953) de Henry Hathaway de metió de lleno en el western de mano de Otto Preminger en “Río sin retorno” (1954) o participa en proyectos de directores más independientes como Joshua Logan en “Bus stop” (1956).


Pero Marilyn será recordada sobre todo por las comedias y musicales que provocaron que su glamour de desbordara a raudales, y que pese a su ya sabida dificultad a la hora de interpretar, su presencia se antojase imprescindible para sacar la película adelante. Hablamos del caso como los musicales "Los caballeros las prefieren rubias” o “Como casarse con un millonario”, ambas de 1953 con números tan antológicos como la célebre “Diamonds are a girl’s best friend”.


En cuanto a las comedias también resulta inolvidable su vestido blanco levantado por la corriente del metro neoyorkino mientras Tom Ewell enloquecía con la magnífica “La tentación vive arriba” (1955) de Billy Wilder, pero sin duda su gran obra maestra llega con una de las mejores comedias de la historia del cine “Con faldas a lo loco” (1959) también salida del genio de Wilder y con un Jack Lemmon y un Tony Curtis inconmensurables.


Su última gran película (recordemos que el fatal desenlace de Marilyn sobrevino durante el rodaje de “Something gotta give” [1962] de la que se conservan sus famosa imágenes en la piscina) fue Vidas rebeldes” (1961) de John Huston y basada en el guión del que fuera su marido el dramaturgo Arthur Miller. Película que por cierto también sería la última de Clark Gable, que fallecía fulminado por un infarto poco después de finalizarla.


De su prematura y aireada muerte mucho se lleva hablado: suicidio, conspiraciones, asesinato, depresión…miles y miles de ríos de tinta lleva ha hecho correr sin llegar a nada objetivo, salvo la causa de la muerte (una ingestión masiva de barbitúricos). Atrás quedan cuatro matrimonios muchos de ellos muy mediáticos como el del ya mencionado Arthur Miller, o el de la estrella de beisbol Joe DiMaggio e incluso serios (aunque nunca demostrados) rumores de romances con personajes tan destacados como el mismísimo JFK (de ahí los continuos rumores conspiratorios en torno a su muerte). Lo que si es cierto es que con Marilyn se apagó un de las estrellas más brillantes del Hollywood clásico y como se suele decir para muestra un botón…


miércoles, 28 de diciembre de 2011

Ray Harryhausen


En una época cada vez más informatizada y en que los efectos especiales en el cine son cada vez más y más avanzados, desde escenarios completamente creados por ordenador a películas rodadas íntegramente con stop-motion, pasando por el tan manido y en boga en los últimos tiempos “efecto 3D”. Uno no puede evitar echar la vista atrás y rememorar el inicio de estas perfeccionadas técnicas. Pioneros que  sustituían la falta de tecnología y sobre todo de dinero con una imaginación desbordante. Tal es el caso del ya citado Méliès en los albores del cine o del protagonista que nos acompaña en esto post. El genio del stop-motion Ray Harryhausen.

El papel que Harryhausen desempeñaría en la historia del cine ya se empezó a gestar bien pronto, pues ya de pequeño era conocida su gran afición por las maquetas y los seres fantásticos. Esos seres que tan magníficamente supo insuflar de vida en los cientos de películas en la que le tocó recrear, seres mitológicos, hordas de guerreros muertos, extintos dinosaurios o monstruos abisales para deleite de todos los espectadores y desgracia de los comprometidos héroes de sus películas mitológicas.

Harryhausen comienza sus andanzas en Hollywood a finales de los cuarenta. Su estreno oficial en “El gran gorila” (1949). Sus avances en el apartado técnico y sus experiencia con los cortos y la animación le da la oportunidad a Ray de patentar incluso una técnica, utilizada en muchas de sus películas al margen del stop-motion (moviendo fotograma a fotograma sus maquetas de monstruos): la “dynamation”, proyectando animales en una pantalla, delante de la cual actuaban los actores´.


Su época dorada resultan ser los cincuenta y los sesenta; veinte años a lo largo de los cuales el cine de aventuras crece de la mano de sus técnicas. Ya en los cincuenta aparecen las grande películas del género: “El monstruo de tiempos remotos" (1953), "20 millions miles to earth" (1957) o "Simbad y la princesa" (1958) (su primera película en color)







Los sesenta son testigos de su genilidad y firma sus obras maestras: “Los viajes de Gulliver” (1960), “Jasón y los Argonautas (1963), (quizá su obra más reconocida), o las prehistóricas “Hace un millón de años" (1966) (para mayor gloria de Raquel Welch) o “El valle Gwangi” (1969).





Tras eses años de apogeo Ray Harryhausen se desvincula del cine, y pese a esporádicas aportaciones en los años venideros, sus apariciones no dejan de ser anecdóticas. Eso no exime de desde aquí le concedamos la importancia que se merece. Seguramente grandes hitos del cine moderno, como el espectacular “Parque jurásico” (1994) de Spielberg o la innovadora “Avatar” (2009) de Cameron no habrían existido de no ser por el buen hacer de este creador de esos monstruos y seres fantásticos que a muchos nos fascinaron de pequeños, cuando los ordenadores y la infografía eran también de ciencia-ficción.

martes, 27 de diciembre de 2011

Luís García Berlanga


Hace poco más de un año que nos dejó el que para muchos (entre los que me incluyo) ha sido el mejor director de cine español de toda la historia: Luís García Berlanga. El que suscribe ha tenido la suerte y privilegio de poder asistir hace cinco o seis años a una charla suya encuadrada en los actos oficiales del festival de cine de su ciudad. La lucidez, entrega y carisma mostrados por el cineasta, más próximo a los noventa que a los ochenta por aquel entonces, me dejó fascinado, aunque lo que más me sorprendió era esa ilusión por nuevos proyectos, que finalmente por desgracia no llegaron a buen puerto. Como el mismo dijo “Si Oliveira o Monicelli ruedan a los noventa porque Berlanga no va poder ser igual, parece que en España hay un ansia  por apartar a los trastos viejos cuando aún pueden ofrecer servicio”.

Berlanga nace en Valencia a principios de los años veinte en el seno de una familia de ideas liberales (esas ideas que tan sabiamente supo promulgar, esquivando la censura franquista, en su cine de crítica social), ya de muy joven se instala en Madrid para estudiar derecho hecho que le permite inmiscuirse de lleno en la elite cultural de la posguerra. Sus creencias liberales junto al enorme potencial artístico de ese grupo de jóvenes (entre los que también se hallaba Juan Antonio Bardém) provoca que su vocación derive hacia lo artístico, ingresando en el Instituto de Investigaciones y experiencias cinematográficas.

Tras varios cortos, su incursión en el mundo del cine llegó en los cincuenta de mano de su compañero Bardém, que juntos codirigían lo que sería su ópera prima “Esa pareja feliz” (1951). Con la aparición de los Berlanga, Bardém, Nieves Conde, Martín Patino … el mundo del cine en España comenzaba un cambio al margen del cine franquista. Aparecía una corriente de crítica social que buscaba concienciar de una difícil realidad a la vez que se sorteaban los grilletes opresores de la censura.


 Su primera película en solitario, con guión de Bardém y colaboraciones de Miguel Mihura, es la crítica ¡Bienvenido Mister Marshall! (1952), en alusión a las infundadas promesas de financiación por parte de los Estados Unidos tras la guerra por medio del plan Marshall. Una comedia coral que se incluye en toda lista de las mejores películas del cine patrio.



Tras el éxito y controversia del mismo se suceden con el tiempo nuevas películas costumbristas: de entre las que destaca la tierna “Calabuch” (1956) hasta llegar a los sesenta, estrenado con “Plácido” (1961), una de sus obras maestras, que le permitió incluso poder optar al Oscar a mejor film de habla no inglesa, en un época en donde nuestro cine vivía y se producía únicamente para dentro de nuestras fronteras. Una fábula social ambientada en la navidad en torno a la pobreza y la hipocresía social.


Su siguiente película lejos de sucumbir tras tan rotundo éxito se convierte en lo que es para muchos su mejor legado “El verdugo” (1963), un perfecto y patético retrato de una controvertida figura que cada vez se estaba quedando más obsoleta.


Tras rodar ¡Vivan los novios! (1970) con José Luís López Vázquez se embarca en un proyecto francés que será una de sus obras más personales “Tamaño natural”  (1974) con Michel Piccoli, que cuenta como pareja ideal con una muñeca, fruto de todos sus anhelos, miedos y deseos. Una película en donde Berlanga muestra ese erotismo latente en muchas de sus películas en su grado más álgido.


A finales de los setenta y principios de los noventa rueda de manera consecutiva lo que sería conocida como la “trilogía nacional” (“La escopeta nacional” (1978), “Patrimonio nacional” (1981) y “Nacional III” (1982)). Que narran la decadencia burguesa de la España de posguerra a través de las vivencias de la familia Leguineche.



Las últimas películas de Berlanga, aún lejos de sus grandes obras, resultan interesantes como “La vaquilla” (1985) ambientada en el bonito pueblo aragonés Sos del Rey Católico, en una España del frente franquista en la que se había quedado “enquistada” una compañía republicana, la estrambótica y delirante “Todos a la cárcel” (1993) o su despedida del cine obra “París-Tombuctú” (1999).


Así mismo Berlanga también puso sus miras en la pequeña pantalla, con un proyecto que se convirtió en una especie de reto personal: el dirigió (con cierta ayuda) y se encargó del guión de la serie “Villarriba y Villabajo” (1994), sobre la rivalidad de dos pueblos tan unidos, pero a la vez tan separados.

Berlanga, pues, nos lega una obra, que pese a no ser excesivamente extensa, se antoja clave e imprescindible en el desarrollo del cine moderno español. Una obra que se aleja del omnipotente cine franquista para seguir el camino que las cinematografías de otros países europeos estaban comenzando a tomar.

sábado, 24 de diciembre de 2011

Zapping navideño


A nadie se le escapa que estamos en tiempo de Navidad. Una época para disfrutar de la familia y en familia. Tardes para entretener a los más pequeños de la casa durante la ardua espera de “Papa Noel” o “los reyes magos”. Tardes de sofá y manta al lado del árbol de Navidad. En definitiva tardes de ilusión y felicidad compartida mientras se disfruta de una buena película navideña.

“Que bello es vivir” de Frank Capra (1946): Quizá la película navideña por antonomasia (sobre todo en Norteamérica). Mucho ayudó ese error “legal” que dejó a la película libre de derechos de imagen, para que las televisiones comenzasen lo que hoy ya es un clásico navideño.


“Placido” de Berlanga (1961): Cine navideño versión española, que actúa a su vez como crítica social (su título original iba a ser “Ponga a un pobre en su mesa”)


“Los teleñecos en cuento de navidad” de Brian Henson (1992): Otro de los clásicos navideños son los archiconocidos teleñecos de Jim Henson. En este caso elegimos la divertida versión de “Cuento de Navidad” de Dickens interpretado por la rana Gustavo o la cerdita Peggy, entre otros.


“Pesadilla antes de navidad” de Henry Selick (1993): Navidades góticas y animadas con una estética muy cuidada (no olvidemos que está producida por Tim Burton) para una fábula navideña al más puro cine de autor.


 ¡Vaya Santa Claus! de John Pasquin (1994): Primera de las tres versiones protagonizadas por Tim Allen hasta el momento. Pocos niños pueden presumir de ser los hijos del sustituto de Papa Noel

  
“El grinch” de Ron Howard (2000): El histriónico Jim Carrie se mete en la piel de este ogro cascarrabias empeñado en acabar con la navidad que tanto aborrece.
  

“Elf” de Jon Favreau (2003): Curiosa historia de un elfo que crece “adoptado” en el taller de Papa Noel, en el que con el paso de los años no encaja, y decide buscar a su verdadera familia en el mundo real.


“Bad Santa” de Ferry Zwigoff (2003): Nuevo ejemplo del espíritu navideño. Unos delincuentes, que se hacen pasar por Santa Claus y sus ayudantes, son redimidos por un intrépido niño


“Polar Express” de Robert Zemeckis (2004): Película animada que en su día supuso un gran avance en la técnica del stop-motion, sobre un tren que tiene como destino ni más ni menos que la casa de Santa Claus, y un revisor tan famoso como Tom Hanks.


“La leyenda de Santa Klaus” de Juha Woulijoki (2007): Cuento navideño que cuajó buenas críticas y audiencias hace unos años. No obstante es a día de hoy la película más taquillera de la historia de Finlandia (cuna de Santa Klaus).

  
 “Cuento de navidad” de Robert Zemeckis (2009): Zemeckis vuelve con el stop-motion, esta vez ayudándose de Jim Carrey, para dar vida al animado Ebenezer Scrooge, en esta nueva versión del archiconocido “Cuento de Navidad” de Dickens.


“Arthur Christmas: operación regalo” de Sarah Smith y Barry Cook (2011): Último ejemplo de estreno navideño, que estos días abarrota los cines de España de niños y niñas ansiosos de ver las aventuras de Papa Noel, que por fin decide dejar el negocio en manos de sus sucesor.


 Felices y cinéfilas fiestas a todo el mundo.



jueves, 22 de diciembre de 2011

James Stewart

 

A buen seguro que si realizamos una encuesta entre público norteamericano sobre cual sería su actor predilecto o con el que más se sentirían identificados, el bueno de “Jimmy” Stewart estaría en las primeras posiciones, junto al patriótico John Wayne o el siempre correcto Gregory Peck. Muchos padres de los años 30/40 le tenían como el yerno perfecto, y es que el carisma y el saber estar de James Stewart, tanto dentro como fuera de la pantalla, no le ha hecho sino que ganar más y más adeptos a lo largo de los años.

Hablar de James Stewart, es hablar del juicioso y honesto hombre de clase media de las películas de Capra, es hablar de un patriótico que dejó a un lado su carrera cinematográfica para defender los colores de sus país, es hablar de uno de los actores predilectos de Alfred Hitchcock, es hablar de un puntal del western de los cincuenta. En definitiva, hablar de Stewart, es mucho hablar.

Este tímido joven, que nacía cerca de Pittsburg a poco de estrenarse el siglo XX, tenía como meta en la vida convertirse en piloto aéreo, pero que por insistencia paterna ingresa en Princeton para convertirse el un próspero arquitecto. Allí casualmente se inicia en la interpretación, algo que sorpresivamente, pese a su timidez, se le daba bastante bien y además le gustaba cada vez más; tanto era que tan solo cuatro años después era reclutado en Broadway y comenzaba a interpretar pequeños papeles menores en Hollywood.

Tras arraigarse el Hollywood y llevar a cuestas más de una decena de películas, su espaldarazo definitivo viene de manos de Frank Capra, con ese cine tan característico suyo, esas fábulas sociales, en donde el hombre de clase media cobra importancia en una sociedad cada vez más descivilizada. El film en cuestión es “Vive como quieras” (1938). El éxito es incontestable y “Jimmy” comienza su carrera estelar por Hollywood.


Capra es consciente de lo que tiene entre manos y decide aprovechar el talento de Stewart un año después es la aclamada “Caballero sin espada”, a parte Stewart aprovecha el año 1939 para iniciarse en un género que años después daría más lustre si cabe a su carrera: el western con “Arizona” de George Marshall.



Los cuarenta se inician como acabaron los treinta: con más éxitos. Debut con el genio de la comedia Ernst Lubitsch en “El bazar de la sorpresas” (1940) y sobre todo un merecido Oscar por la intepretación junto a Kate Hepburn y Cary Grant (ahí es nada) en una de las mejores películas jamás filmadas: “Historias de Filadelfia” de George Cukor. La carrera de Stewart está en lo más alto, pero irrumpe la segunda guerra mundial, y “Jimmy” dando un ejemplo de solidaridad y patriotismo deja de lado el glamour de Hollywood, para cruzar el Atlántico y plantarse en Europa, en donde no se cansará de acaparar medallas.



Su regreso a casa le trae un gran regalo en forma de dos grandes películas, una de nuevo a cargo de Capra. La nostálgica y siempre recordada en épocas navideñas ¡Que bello es vivir! (1946), y otra su primera colaboración con Alfred Hitchcock “La soga” (1948), en un memorable reto del director para rodar en un plano secuencia.


Los éxitos de las dos películas anteriores, permite entrar a Stewart en los cincuenta con todo el crédito recuperado (si alguna vez se había esfumado). Los cincuenta se convertirán en la década dorada de su cine, en donde sus películas eran cada vez más numerosas y mejores, a saber:

Grandes títulos de western como “Flecha rota” de Delmer Daves (1950), “Carabina Williams” de Richard Thorpe y sobre todo “Horizontes lejanos” (1954) y “El hombre de Laramie” (1955), ambas de Anthony Mann.



Sus colaboraciones con Hitchcock (dos de ellas capitales en la filmografía del mago del suspense): “La ventana indiscreta” (1954) con Grace Kelly y “Vértigo: de entre los muertos” (1956) con Kim Novak, a parte de remake de “El hombre que sabía demasiado” (1958).


Grandes producciones como “El mayor espectáculo del mundo”, epopeya del mundo del circo de Cecil B. Demille, “El héroe solitario” de Billy Wilder, biopic sobre Charles Lindbergh, la primera persona capaz de sobrevolar el océano atlántico sin escalas y Anatomía de un asesinato” (1959), el soberbio thriller de Otto Preminger.


Los sesenta lo confirmaron como estrella de western, sobre todo por “El hombre que disparó a Liberty Valance” (1962) de John Ford, una auténtica obra maestra del género, pero también por otras obras destacables ambientadas en el árido oeste americano: la épica historia, contada por distintos directores, de cómo se formó el oeste “La conquista del Oeste” (1962), “Dos cabalgan juntos” (1961) de nuevo de John Ford y “El club social de Cheyenne” (1970) curiosamente dirigida por Gene Nelly e interpretada junto a su gran amigo Henry Fonda. A las que uniremos la interesante “El vuelo del Fénix” (1965) de Robert Aldrich.


Con los setenta su aportación bajó considerablemente, Stewart pasaba de los 60, y atrás quedaba esa figura autoritaria del western. Sus apariciones se fueron haciendo más y más esporádicas, hasta prácticamente desparecer (algo que haría definitivamente en los ochenta)

James Stewart moría en 1997 en su casa de Beverly Hills, frisando los noventa años, y con la mente trastocada por el Alzheimer. Se había olvidado del mundo, pero el mundo no se había olvidado de ese tímido chiquillo que había sabido llenar con su carisma cientos de historias, curiosamente el última de ellas como doblador en la película de animación “Fievel va al oeste” (1991), si, ese oeste que tantas alegría le dio al Jimmy a lo largo de su fructífera carrera.